Perseguido por mis Nadies, que son como caniches
asesinos disfrazados de sico-viscosos cuerpos negros de anime a los que
azuzan esas máquinas de agujerear y pesar que son mis Nadas, apuro el
aire como el resto de fantasmas apretados dentro del vagón. Tengo el
corazón roto dentro de la cabeza en un día laborable con huelga en los raíles públicos
de toda la entelequia plurinacional de este país con epicentro en la
idiosincrasia concreta de esta ciudad. Una huelga en la que esos seres invisibles que
son los maquinistas de las líneas que pueden llevarte o devolverte de
la mentira de tu trabajo al agujero de tu casa no han cumplido con los
servicios mínimos. Lo repite la voz espectral de la megafonía para alegría del amasijo de fantasmas encapsulados. Acaba de
empezar el verano. Hace calor y mucho del espacio en el vagón está
ocupado por maletas. Maletas de fantasmas sobre las que se descoyuntan otros fantasmas. Sudo dentro del traje de 2008
que tanto uso en las minas de cristal de las oficinas y empiezo a reírme
a carcajadas como un demonio dentro de la máscara. Me echo mano a duras
penas al cacharro y con esfuerzo de serpiente consigo subirlo hasta
ponerlo frente a los ojos. Miro la pantalla. Miro la pantalla dentro de
la pantalla. Son las 19 horas 37 minutos 25 segundos de un mundo que no
existe o que sólo existe dentro de una cabeza y en el que un niño feo no
para de llorar mientras sudamos. O a lo mejor todo esto sólo es un hueco donde alguien sopesa si
"dentro de la máscara" es la expresión que define con acierto lo que
en realidad quiere decir que quiere que.